domingo, 16 de enero de 2011

ANGELITO, EL ANGEL GUARDIAN

Había una vez un angelito que vivía en el cielo sin hacer nada, feliz entre los otros ángeles. Algunas veces tocaba el arpa y otras cantaba una canción que decía así:

Un angelito
canta y vuela.
No hace mandados
ni va a la escuela.
Nadie lo reta,
nadie le pega,
anda descalzo,
juega que juega.

Una vez San Pedro lo llamó:
–¡Angelito!
–Mande –le contestó el ángel.
–Andamos con problemas allá en la Tierra –le dijo San Pedro.
–No me diga, San.
–Así es; ven, mira.
San Pedro lo llevó hasta su balcón de nube, donde se veía la Tierra como una manzana acaramelada toda cubierta de maíz tostado.
–Allá hay un chico que nos está dando mucho dolor de halo, un tal Juancito.
–No me diga, San –le contestó Angelito, distraído.
–Travieso, el muchacho –siguió San Pedro, jugando con las llaves para descargar su preocupación–. Ya van cuatro ángeles de la guarda que nos gasta. Ninguno puede con él.
–¿Quiere que pruebe yo, don San Pedro?
–Y, ya que estás aquí sin hacer nada...
–Ya me estoy yendo...
–Espera; no seas tan atropellado. Es una misión peligrosa. Mira que ese chico nos ha devuelto a un custodio con las alas rotas, a otro con tres chichones y al Rafaelito con un ojo negro.
Angelito silba, impresionado.
–Claro que el chico no sabía que eran ángeles, pero qué le vamos a hacer, ese es nuestro secreto.
–Así es, San, no debemos decir nada –le dijo Angelito, que se moría por contarle a todo el mundo que era ángel.
–Vamos a intentar contigo –siguió San Pedro–. En primer lugar no vas a ir a la Tierra volando, como todos, sino en plato volador, que es más rápido y seguro.
Angelito se puso a saltar de entusiasmo.
–Espera, Angelito, no seas tan atropellado...
Angelito salió corriendo, trepó a la cabina y...
–10... 9... 8... 7...
–Espera, Angelito, que no te di las instrucciones ...
–A la orden, mi comandante.
–Primero, vas a ir disfrazado.
San Pedro le plegó las alas y después lo vistió con una camiseta, un pantaloncito y unas zapatillas rotosas. También le dio una maletita con un guardapolvo y los útiles de la escuela. Ah, y una pelota de fútbol, claro.
–¿Y qué hacemos con el halo, don San Pedro?
–Cierto, brilla mucho... Por el halo te conocerán. Vamos a esconderlo adentro de la pelota.
San Pedro la descosió, guardó el halo adentro y volvió a cerrarla.
–Bueno, me voy. 6... 5... 4...
–Espera, Angelito, no seas tan atropellado... Todavía no te di las señas del chico que tienes que custodiar.
San Pedro le tendió un papel y esta vez sí Angelito trepó a su plato volador y...
–4... 3... 2... 1... ¡Cero !... ¡Hasta la vuelta, don San Pedro!
Juancito andaba por el campo, solo como siempre, triste y sin amigos. Había faltado a la escuela y se aburría.
Tenía ganas de jugar con alguien.
De pronto le pareció oír un zumbido, allá arriba... Quizás un avión... pero no. No vio nada por el cielo. Ni nube ni pájaro ni máquina.
Angelito aterrizó muy despacio, escondiendo su OVNI tras un árbol, cosa bastante inútil pues el artefacto era completamente invisible.
Se acercó a Juan, jugando con la pelota y silbando distraído. Juan lo miró con desconfianza.
–¿De dónde has salido? –le preguntó.
–De por ahí nomás.
–Dame esa pelota.
–No –le dijo Angelito–; tengo que ir a la escuela.
–No; mejor quédate aquí y juguemos –le contestó Juan.
–No; primero te acompaño a la escuela.
Y ahí nomás Juan lo atacó para robarle la pelota. El ángel no la soltaba. Juancito le pegaba y él, como era ángel, se dejaba pegar hasta que se cansó y dominó a su contrincante con un buen pase de yudo.
Juan se quedó quieto, enfurruñado y lloriqueando. Angelito le tendió la mano:
–¿Somos amigos?
Juan no contestó.
Al día siguiente fueron a la escuela juntos; Angelito comprobó que era cierto lo que le dijeran en el cielo. Juan pasaba la mañana molestando, chillando, haciendo borrones, arrojando tiza, tirándole del pelo a las niñas, rompiendo cuadernos y dibujando monigotes con cola y cuernos que, desgraciadamente, causaban mucha gracia a sus compañeros.
Angelito le daba consejos y hasta trataba de sujetarle las manos. Inútil. Una tarde lo llevó a pasear al campo y allí trató de sermonearlo: que tenía que portarse bien, y que patatín y que patatán. Juancito se tapó los oídos y le sacó la lengua. Entonces el ángel se quedó triste y callado, y al fin dijo, por decirle algo bueno:
–Te regalo la pelota.
Juan se puso contento. Angelito no se acordaba para nada del tesoro encerrado en la pelota.
Jugaron los dos un buen rato, hasta que la pelota fue a parar a un alambrado y allí se desgarró toda contra las púas, que nunca faltan en este mundo. Juan recogió la pelota y vio sorprendido que de adentro salía luz. No se animó a romperla del todo pero la desgarró un poquito más y vio algo que brillaba...
Sacó delicadamente un círculo livianito como el aire... un aro de oro... un hilo redondo y como de miel.
–¿Y esto?
–Nada, es mi sombrero –contestó el ángel.
–¿A ver cómo te queda?
El ángel se puso el halo, que brillaba como una tajadita de sol.
–Entonces, ¿eres un ángel? –dijo Juan.
–Claro, tonto; soy tu ángel guardián.
–¿Y por qué no me lo dijiste?
–Porque es un secreto. Nosotros nunca decimos nada; ni siquiera se nos Ve.
–¡Qué lástima! –dijo Juan.
–¿Por qué qué lástima?
–Porque si yo hubiera sabido que tenía un ángel me habría portado bien.
–Ahora ya lo sabes.
–Ajá –dijo Juan.
Y se fue caminando despacito, abrazado a los restos de su pelota, mientras el ángel volvía a su OVNI para seguir cuidando a Juan desde el cielo.
En las altas esferas lo esperaban para amonestarlo por haber revelado el secreto de su misión.
Juan oyó un zumbido, miró para arriba y no vio nada, pero se imaginó y dijo adiós con la mano. Después fue a su casa, abrió el cuaderno y cuando se puso a hacer los deberes le salieron todos con letras de oro.

Un angelito canta y vuela,
hace mandados y va a la escuela.
Nadie lo ve ni lo verá
y aunque se vaya se quedará.







Angeles - Mensajes y Imágenes!


viernes, 14 de enero de 2011

EN EL PAÍS DE NOMEACUERDO

En el país de Nomeacuerdo
doy tres pasitos y me pierdo.
Un pasito para aquí,
no recuerdo si lo di.
Un pasito para allá,
Ay que miedo que me da!
Un pasito para atrás,
y no doy ninguno más.
Porque ya, ya me olvidé
donde puse el otro pie.

María Elena Walsh







Bebes - Mensajes y Imágenes!


domingo, 9 de enero de 2011

El mundo del qué se yo

Benjamín vivía en una hermosa casa cerca de un bosque verde, muy verde, que se llenaba de flores cada vez que algún niñito soltaba una carcajada por cualquier motivo.
El lugar, repleto de florcitas de todos los colores, cada vez tenía más color, y esto era porque los niños vivían felices en el lugar, en donde se respiraba un aire fresco y con un perfume a menta permanente.
Benjamín, que tenía seis años y que era hijo único no paraba de hacer preguntas en todo momento.
Sus papás trabajaban todo el día, por eso el niño quedaba al cuidado de sus abuelitos que le contaban increíbles cuentos y fábulas.
Gracias a la cantidad de historias que sus "bubis" (así llamaba a sus abuelitos) le leían, Benja no paraba de preguntar cosas a cada ratito.
Una noche, antes de dormirse, el pequeño Benjamín le pidió un deseo a una estrella roja y brillante que él veía cerca. El deseo no se cumplió, ya que el sueño empezó a apoderarse del chiquitín.
Mientras dormía, Benjamín entró a un mundo luminoso lleno de dudas que le daban pequeños golpecitos en las manitas.
Cuando se chocó con un caminito azul, Benja le preguntó: - ¿Sos el cielo?. EL caminito azul, le respondió con mucha altanería: qué se yo. Y siguió sin prestarle atención al chico.
Benja se sonrojó, porque no pensaba que algo podría contestarle de esa manera. Cuando se encontró con un brillo amarillo, se intrigó y le dijo, qué lindo señor sol, encantando de conocerlo. ¿Perdón? le preguntó asombrado el sol. Entonces Benja, otra vez sonrojado, se disculpó y le dijo, creí que usted era el sol. EL montoncito brillante amarillento le contestó en tono amable...qué se yo. Benja, se sintió tan mal que se puso a llorar.
Pero, siguió caminando y veía árboles, pájaros, estrellas, hasta al mismísimo arco iris que no sabía quién era y se sintió un poco más tranquilo.
El sí sabía qué eran todos ellos, porque había leido sobre ellos y sus abuelitos y papás también le habían contado para qué existían y cuál era la función de cada uno. Por eso los llamó y les contó quiénes eran.
Gracias a Benjamín, el señor cielo, el sol, las estrellas, los árboles, los pájaros y el dulce arco iris comenzaron a sentirse felices y tuvieron ganas de saber mucho más, de aprender más sobre ellos mismos. Benja se sintió feliz, porque todos ellos le preguntaban miles de cosas y él les respondía todo lo que sabía con una enorme sonrisa. El niñito se dio cuenta, a su corta edad, que toda la sabiduría que poseía se la debía a la lectura que escuchaba todos los días cuando su hermosa familia le leía fascinantes historias y se dijo a sí mismo que nunca jamás iba a dejar de leer.
Cuando se lo prometió se dio cuenta que el día había nacido y que su mamá lo despertaba con una taza enorme de leche chocolatada. Sobre la mesa de la cocina vislumbró un enorme libro naranja, Benja se sintió dichoso, porque sabía que lo esperaba otra estupenda mañana repleta de historias. cuentos y fabulosas leyendas.





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